Usar IA´s con estudiantes universitarios

Estos últimos meses he recomendado a mis estudiantes utilizar Chat GPT para analizar sus propios ensayos de evaluación, las perspectivas que he observado se dividen. Por un lado, tengo estudiantes que comentan que «ningún profesor les había invitado a usarlo», que «usarlo está prohibido» y que «no se les había ocurrido que para eso podría servir». En el caso contrario he notado que mis estudiantes lo usan, pero con la idea de que no notaré esto. Así, he recibido trabajos que a leguas se nota que han sido copiados y pegados directamente de la aplicación, sin ningún tipo de ejercicio de reescritura.

Me interesa el asunto de la escritura por dos razones: primero porque se trata de una práctica fundamental para el trabajo académico y, segundo, porque requiere práctica constante para poder desarrollarse. Escribir no es sencillo, en otros espacios he intentado reflexionar sobre esto, en esencia lo que he pensado es que escribir es una actividad que solo puede mejorarse a partir de la repetición. Algo que no siempre es muy bien recibido por mis estudiantes por diversas razones, estas son algunas que he notado:

1. Mis estudiantes jerarquizan algunos trabajos sobre otros. Está claro que un estudiante que cursa 6 materias (o más) al mismo tiempo perderá todo interés en dedicar tiempo a escribir de forma artesanal, cuidando todos los detalles y pensando en hacer un trabajo de reescritura y edición, un momento fundamental para llegar a un texto mucho más pulido. Mi solución: trabajar en un texto de una página a lo largo del curso.

2. Asumir que escribir es «fácil». Al inicio de mis cursos suelo avisar que el trabajo de evaluación consistirá en la entrega de un ensayo de UNA PÁGINA. En sus rostros puedo notar quienes experimentan un exceso de confianza y piensan que el curso no requerirá tanta atención. En mi corta experiencia he aprendido que estos estudiantes tienen la idea de que escriben bien y que un texto de una página no supone un reto. Sin embargo, mientras avanzamos en el curso, mis estudiantes van notando que escribir un texto tan corto requiere muchísimo trabajo porque supone desaprender una serie de vicios que aprendemos en la educación media superior: desde escribir con palabras rebuscadas hasta echar un choro interminable para llenar páginas que nadie leerá. Mi solución: hacer revisiones semanales o quincenales del borrador de los ensayos.

3. Finalmente, hay un problema de fondo más complicado, pero igual de importante: nuestra sociedad parece aplaudir los resultados rápidos, sencillos y -esto es lo más importante- que no requieran tanto esfuerzo. Por alguna extraña razón, mis estudiantes piensan que si resuelven un problema rápidamente eso significa que están mostrando que han aprendido algo. Mi corta experiencia docente me ha mostrado que esto no siempre ocurre, de hecho, es bastante común que mis estudiantes estén más preocupados por obtener una calificación aprobatoria que por aprender algo con profundidad. Aquí no he encontrado ninguna posible solución.

No todo es tragedia, he encontrado estudiantes que después de utilizar Chat GPT han logrado darse cuenta de errores o tropiezos que tienen en sus formas de redactar, en la producción de su voz al momento de describir un objeto/situación o hasta aprender a sintetizar sus propios textos. Recuerdo el caso de una estudiante que se le ocurrió «enseñarle» al chatbot «su estilo de escritura» para que luego este lo replicara con otros trabajos. Sin querer, mi estudiante había desarrollado una instrucción lo suficientemente concreta y específica para lograr un objetivo: escribir un texto que replicara «su estilo» de escribir. Estos casos me resultan interesantes porque han llevado a mis estudiantes a pensar nuevos usos, otras posibles aplicaciones y formas de lograr que el programa haga lo que desean.

Me parece que esta forma de uso conduce -al menos- a prácticas y formas de uso mucho más reflexivas. El error que comete un estudiante cuando copia y pega lo primero que Chat GPT responde es que se está privando de la posibilidad de hacerse preguntas, de pensar otras posibilidades, de cuestionar los límites y alcances de la herramienta. Este no es un fenómeno nuevo, pensemos en todos los profesores que antaño prohibieron el uso de Encarta o Wikipedia más o menos por este mismo principio.

¿Qué es exactamente lo problemático cuando unos académicos copian y pegan la respuesta de Chat GPT para un artículo en un journal prestigiado? ¿Por qué si esto nos escandaliza, softwares como Atlas.ti han integrado modelos de lenguaje de OpenAI para agilizar los procesos de codificación en la investigación cualitativa?

Un asunto más para ir concluyendo, no he dedicado tiempo a estudiar a profundidad el funcionamiento de las Inteligencias Artificiales. No poseo ningún tipo de autoridad en esa área, en cambio, me interesa más entender por qué algunos de mis estudiantes logran hacer preguntas nuevas y otros simplemente buscan sacar una calificación aceptable y olvidarse del asunto.

The oscillation of thought with images.

It seems that the role of images in our world will never cease to intrigue us, perhaps more so now that we are contemplating machines producing them. Zylinska (2023) has argued that the distinction between «capturing» and «creating» images is blurred, from photogrammetry to computational photography or the intervention of algorithmic systems in their creation, alteration, storage, and distribution.

For some years now, there has been a sort of cyclical crisis surrounding the future of photography and images. In this text, I will attempt to reflect on an idea – by no means new: the processes of reading and interpreting images can generate new metaphors to understand them, but also to read and comprehend our world.

I emphasize that this is not a new idea at all, but I hope that this exercise can help me problematize two things: First, assuming that there are images that do not trigger thought means missing the opportunity to read a part of our sociocultural circumstance. Second, assuming the existence of a low and high culture to access the hermeneutic exercise of images can limit a dimension of our daily experience. How could we explain the validity of a project like Jon Rafman’s Nine Eyes if we do not consider the explanatory potential of those images taken by Google?

It is not my goal to defend the endless cascade of repeated images produced by influencers in the complex global-digital apparatus we find in our feeds. Instead, I want to consider using them as documentary material to think more about our world. Chéroux (2014) has suggested identifying the utility of, for example, domestic photography – lacking an artistic language – to think about the limits of aesthetics in the documentary exercise of the everyday. Obvious photos of bodies shaped by plastic surgeries, beautiful, perfect, and consumable, can be an excellent means to understand current imaginaries. Perhaps we need to step back and build another epistemic positioning to read them.

This idea is not entirely original either; I thought of it after watching a TikTok where a young person used a filter that made them look old, with a reggaeton song playing in the background that bordered on the grotesque. The caption of the nano-content read: «play the music my grandfather liked when he was young.»

After the spontaneous and fleeting laughter the micro-celebrity’s video elicited from me, I thought there was something interesting there. It is likely that in 50 or 100 years, someone will try to explain the images and the sociocultural conditions in which they are being produced. Just as we are interested today in the historical development of photography, we will need to organize and make sense of this enormous archive of images.

In one of his recent texts, Becker (2015) reinforces the value of images as examples of representations that society produces of itself. I am particularly interested in highlighting Becker’s attempt at a taxonomy of photographs, where he suggests that we should not be so concerned about the problem of gender but rather understand «what people found useful to understand» (Becker, 2015, p. 215). Becker is not interested in images in terms of what they actually mean because these interpretive frameworks vary over time.

Instead, it is more useful to think about how images are intertwined in a system of meanings that responds to specific spatiotemporal conditions. This assumes that images gain their meaning based on different processes of collective linkage that articulate them to processes of identity, cultural, and subjective production. This is why I think it may be unproductive to assume that the images worth considering are those designed to provoke thought.

Images, at least with the approach I am trying to think about, generate thought to the extent that we use them as a means to understand the world. The trick seems to be in how we develop an epistemic positioning to read them and construct a narrative of, with, or about them. Moreno (2020, 2020) has conducted a series of interesting exercises to think about the articulation of memes to specific situations: from how they help create bonds during a university strike to how we can interpret their remixing as a result of a kind of contamination in Mead’s terms.

I find this approach useful because it forces us to think not only about images but also about people and all the practices they engage in with them: designing them, organizing them, distributing them, selling them, etc. This path also seems close to the reflections of Gómez Cruz (2012) on the idea of a networked image, a digital object that is linked to different sociotechnical networks. Images – although we may perceive them as empty – still display knowledge, concerns, anxieties, and anxieties specific to our time and are an excellent means to reflect on why we inhabit the world in this way.

During his work in Second Life, Boellstorff (2015) suggests that we allow ourselves to study everything that happens in our presence. It is valuable because there we will find tacit knowledge that organizes daily life, power relations, inequalities, etc. I think that this same positioning can serve, at least temporarily, to dismantle the intellectual distancing that distinguishes images that provoke thought and have aesthetic value from others that do not. Images are there, ready to be seen, but also thought.

References

Boellstorff, T. (2015). Coming of age in Second Life: An anthropologist explores the virtually human. Princeton University Press.

Chéroux, C. (2014). La fotografía vernácula. Ediciones Ve.

Gómez Cruz, E. (2012). De la cultura Kodak a la imagen en red: una etnografía sobre fotografía digital. De la cultura Kodak a la imagen en red. Editorial UOC.

Moreno, A. (2020). Memes, jóvenes y tecnologías para hablar de sí mismos. En Jóvenes entre plataformas sociodigitales Culturas digitales en México. UNAM, p.131-148.

Moreno, A. (2020). Contaminación en y a través de memes de Internet. Revista SOMEPSO. 5(2), 65-90.

Sibilia, P. (2008). La intimidad2015 como espectáculo (Vol. 1). Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

Zylinska, J. (2023). The Perception Machine: Our Photographic Future between the Eye and AI. MIT Press.

Una idea sobre movilidad y el trabajo de los repartidores

En la ciudad es común que encontremos personas trabajando como repartidoras de distintas aplicaciones: DiDi, Uber, Rappi, etc. La presencia de empresas transnacionales como estas supone ya un fenómeno que se ha estudiado detalladamente, Natalia Radetich ha propuesto la idea de un cappitalismo, desde luego la uberización del trabajo, la gig economy y la plataformización del trabajo, por mencionar algunos ejemplos.

De buena parte de estos estudios podemos afirmar que hay una situación de desigualdad y precariedad generalizada, por ejemplo, el hecho de que las personas asuman completamente los riesgos por ganar dinero trabajando como “socios” repartidores. Sin embargo, este problema adquiere matices particulares si consideramos que ya se ha comenzado a plantear la posibilidad de integrar inteligencias artificiales para distintos procesos que ejecutan estas plataformas.

El CEO de Uber ha afirmado que la plataforma utiliza distintos algoritmos para emparejar conductores con usuarios, lo que supone todo un proceso de mediciones de distancias y costos en función -por ejemplo- de las horas. Sospecho que deben existir otros parámetros que deben ser considerados: la zona de la ciudad, la cantidad de conductores disponibles en esos lugares, las rutas habituales de los conductores/repartidores, las bonificaciones disponibles para los conductores/repartidores, las evaluaciones (positivas y negativas) que se asignan usuarios y conductores mutuamente, etc.

La misma empresa ha declarado que utilizará Inteligencias Artificiales para la revisión de documentación de nuevos conductores y repartidores, lo que nos obliga a pensar en otras dificultades que esto podría traer, más si pensamos que en México es bastante común la compraventa de cuentas por Internet para poder trabajar. DiDi, por su parte, utiliza estos sistemas para crear geoceldas en zonas que se consideran “peligrosas”, así como para identificar usuarios y conductores, lo mismo que en el proceso de monitoreo de los viajes.

Con base en todo lo que hemos comentado durante la sesión, pienso que este proceso parece pasar completamente desapercibido para usuarios y conductores/repartidores. No hay una certeza de por qué estos sistemas sociotécnicos toman unas u otras decisiones, lo cual debería hacernos pensar en -por ejemplo- cómo se distribuyen las ganancias, por qué algunas rutas en la ciudad se circulan con más frecuencia que otras, produciendo flujos de tráfico en ciertas zonas de la ciudad o cuáles son los parámetros que se consideran para proponer ciertas rutas. Por otra parte, me parece fundamental recordar que la aplicación de estos sistemas siempre tiene un fin comercial, es decir, alineado a lo que Brown llama sensibilidad neoliberal: la búsqueda constante de una acumulación de capital económico, en este caso. Lo que implica construir procesos para calcular los riesgos y beneficios.

De fondo, me parece que sigue siendo problemático el asunto de la movilidad en la ciudad y el rol que está cumpliendo (o no) el transporte público para satisfacer las necesidades de las personas que habitan cualquier urbe en la actualidad. Esto parece una dimensión alejada de las Inteligencias Artificiales aplicadas a estos modelos de negocio, pero en realidad pienso que es central para intentar mejorar nuestra experiencia en las ciudades.

La oscilación del pensamiento con las imágenes

Parece que nunca dejará de intrigarnos el papel que tienen las imágenes en nuestro mundo, quizá más ahora que comenzamos a pensar en máquinas que las producen. Zylinska (2023) ha planteado que la distinción entre “capturar” y “crear” imágenes es borrosa, desde la fotogrametría hasta la fotografía computacional o la intervención de sistemas algorítmicos que intervienen en su creación, alteración, almacenamiento y distribución.

Desde hace algunos años hay una suerte de crisis cíclica que circunda el futuro de la fotografía y de las imágenes. En este texto intentaré reflexionar sobre una idea -para nada nueva-: los procesos de lectura e interpretación que podamos hacer de las imágenes pueden producir nuevas metáforas para leerlas, pero también para leer y comprender nuestro mundo.

Insisto, esta no es una idea nueva en absoluto, pero tengo la esperanza de que este ejercicio pueda ayudarme a problematizar dos cosas: Primero. Asumir que hay imágenes que no detonan pensamiento significa perdernos la oportunidad de leer una parte de nuestra circunstancia sociocultural. Segundo. Asumir la existencia de una baja y alta cultura para acceder al ejercicio hermenéutico de las imágenes puede limitar una dimensión de nuestra experiencia cotidiana. ¿Cómo podríamos explicar la validez de un proyecto como Nine Eyes de Jon Rafman si no consideramos el potencial explicativo de esas imágenes tomadas por Google?

No es mi objetivo defender la cascada interminable de imágenes repetidas que producen influencers en ese complicado aparato económico global-digital que encontramos en nuestros feeds, sino más bien pensar que podríamos utilizarlas como material documental para pensar algo más sobre nuestro mundo. Chéroux (2014) ha propuesto que identifiquemos la utilidad que tiene, por ejemplo, la fotografía doméstica -carente de un lenguaje artístico- para pensar los límites de lo estético en ese ejercicio documental de lo cotidiano. Las fotografías obvias, de cuerpos moldeados por cirugías plásticas, bellos, perfectos y consumibles pueden ser un excelente medio para comprender los imaginarios actuales, quizá haga falta alejarnos y construir otro posicionamiento epistémico para leerlas.

Esta idea tampoco es del todo original, lo pensé después de ver un TikTok donde un joven usaba un filtro que lo hacía ver viejo y de fondo sonaba una canción de reguetón que rayaba en lo grotesco, como título del nano-contenido aparecía la leyenda: “pongan la música que le gustaba a mi abuelo de joven”.

Después de la risa espontánea y pasajera que me produjo el video de la micro celebridad, pensé que había algo interesante ahí. Es probable que dentro de 50 o 100 años, alguien intentará explicar las imágenes y las condiciones socioculturales en que están siendo producidas. Igual que hoy nos interesa el desarrollo histórico de la fotografía, necesitaremos organizar y dar sentido a este enorme archivo de imágenes.

En uno de sus últimos textos, Becker (2015) refuerza el valor que tienen las imágenes como ejemplos de representaciones que la sociedad produce de sí misma. Me interesa particularmente destacar ese intento de taxonomía de las fotografías pensada por el sociólogo oriundo de Chicago, en su planteamiento propone que no debería interesarnos tanto el problema del género sino más bien entender “aquello que las personas consideraron útil entender” (Becker, 2015, p. 215). A Becker no le interesan las imágenes en términos de qué significan en realidad porque estos marcos interpretativos varían con el tiempo.

En cambio, resulta más útil pensar en cómo las imágenes se encuentran entramadas en un sistema de significados que responde a unas condiciones espacio-temporales particulares. Esto supone asumir que las imágenes adquieren su sentido en función de distintos procesos de vinculación colectiva que las articula a procesos de producción identitaria, cultural y subjetiva. Esta es la razón por la que pienso que puede resultar poco productivo asumir que las imágenes que valen la pena son aquellas que parecen estar diseñadas para producir pensamiento.

Las imágenes, al menos con esta ruta que estoy intentando pensar, producen pensamiento en la medida en que las utilicemos como medios para comprender el mundo. El truco parece estar en cómo elaboramos un posicionamiento epistémico para leerlas y construir una narrativa de, con o sobre ellas. Moreno (2020, 2020) ha realizado una serie de ejercicios interesantes para pensar la articulación de los memes a situaciones específicas: desde cómo ayudan a crear vínculos durante una huelga universitaria, hasta cómo podemos leer su remezcla producto de una especie de contaminación en los términos de Mead.

Esta ruta me parece útil porque nos obliga a pensar no solo las imágenes sino también a las personas y todas las prácticas que lleven a cabo con ellas: diseñarlas, organizarlas, distribuirlas, venderlas, etc. Este camino también me parece cercano a las reflexiones de Gómez Cruz (2012) sobre su idea de una imagen en red, un objeto digital que se encuentra articulado a distintas redes sociotécnicas. Las imágenes -aunque podemos percibirlas como vacías- siguen mostrando saberes, preocupaciones, angustias y ansiedades propias de nuestro tiempo y son un excelente medio para pensar por qué habitamos el mundo de esta manera.

Durante su trabajo en Second Life, Boellstorff (2015) propone que nos permitamos estudiar todo eso que ocurre ante nuestra presencia. Es valioso porque ahí encontraremos un saber tácito que organiza la vida diaria, las relaciones de poder, las desigualdades, etc. Pienso que este mismo posicionamiento puede servir, al menos temporalmente, para desarticular ese distanciamiento intelectual que distingue imágenes que detonan pensamiento y que poseen valor estético, de otras que no. Las imágenes están ahí, listas para ser vistas, pero también pensadas.

Bibliografía

Boellstorff, T. (2015). Coming of age in Second Life: An anthropologist explores the virtually human. Princeton University Press.

Chéroux, C. (2014). La fotografía vernácula. Ediciones Ve.

Gómez Cruz, E. (2012). De la cultura Kodak a la imagen en red: una etnografía sobre fotografía digital. De la cultura Kodak a la imagen en red. Editorial UOC.

Moreno, A. (2020). Memes, jóvenes y tecnologías para hablar de sí mismos. En Jóvenes entre plataformas sociodigitales Culturas digitales en México. UNAM, p.131-148.

Moreno, A. (2020). Contaminación en y a través de memes de Internet. Revista SOMEPSO. 5(2), 65-90.

Sibilia, P. (2008). La intimidad2015 como espectáculo (Vol. 1). Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

Zylinska, J. (2023). The Perception Machine: Our Photographic Future between the Eye and AI. MIT Press.

Curso híbrido: etnografías digitales

Este periodo Adriana y yo impartiremos este curso sobre etnografía digital. Es la primera vez que compartiremos este contenido en la Universidad Iberoamericana Puebla y creo que vendrá bien para mantener un cierto ritmo de actualización para todxs lxs que estén interesadxs en estudiar culturas digitales e Internet en general con una perspectiva social y cualitativa.

Les dejo el cartel, espero que podamos encontrarnos por allá:

Empieza el año

Ha pasado algún tiempo desde mi último post, el año pasado defendí la tesis doctoral y las vacaciones de invierno fueron las primeras en que no tuve ninguna tesis pendiente desde la licenciatura. Decidí descansar todo lo que pude para comenzar el año con mucho ánimo y alegría.

Este periodo impartiré bastantes cursos: Psicología Social Comunitaria e Identidad, Cultura y Subjetividad en la Ibero. En el Tec de Monterrey impartiré Antropología del cuerpo, un bloque multidisciplinar donde colaboraré con una arqueóloga, un fotógrafo y un animador digital. Me entusiasman todos estos cursos y estoy a la expectativa de conocer a todxs mis estudiantes.

Paralelamente, he estado trabajando en un artículo que idealmente saldrá publicado hasta el siguiente año. Me encuentro también a la espera de que se publique un artículo que escribí para una revista de antropología a la que le tengo admiración, han escrito académicos brillantes ahí y me hace mucha ilusión que un texto mío esté en ese archivo. También recibí la buena noticia de que participaré como Contributing Editor de Platypus, el blog oficial del comité para antropología de la ciencia, tecnología e informática que forma parte de la Asociación Americana de Antropología.

Este año estará lleno de muchos proyectos y trabajo, cosa que me alegra mucho. Espero poder ir dejando registro de todo eso por aquí.

A inicios de este año terminamos en Qualia el curso introductorio a la etnografía digital. Pensé mucho en la ruta que debíamos seguir en las sesiones. Me alegró notar que los participantes terminaron contentos y con una noción más amplia del tema, creo que les pareció de utilidad el material bibliográfico que les compartimos.

Una de mis sospechas desde hace algún tiempo es que la etnografía no debería ya tener el apellido de digital, finalmente seguimos interesados en las mismas cosas: ¿qué hacen las personas? ¿cómo es la vida cotidiana de la gente? Claro, ahora debemos mantenernos más atentos a la presencia de lo digital, es innegable que ocupa un lugar en la vida diaria de nuestros colaboradores. Lo que significa también que nuestro trabajo como investigadores adquiere nuevas aristas y matices, cosa nada sencilla para el -de por sí- complejo proceso etnográfico.

También me siento más convencido de una idea que he escuchado decir a Edgar Gómez Cruz en repetidas ocasiones: necesitamos pensar siempre desde nuestro contexto, hacer una crítica profunda a los conceptos que utilizamos, verificar su pertinencia y confiar mucho, muchísimo, en nuestro campo. Los hallazgos si bien están acompañados del trabajo de lectura, lo cierto es que todas las herramientas teóricas tienen un límite explicativo y esa debe ser nuestra principal preocupación ¿qué es lo que he encontrado aquí que puede alimentar el debate académico internacional y predominantemente anglosajón?

Finalmente, esto me lleva a pensar en la importancia que tiene sensibilizar a los estudiantes en esta ruta reflexiva, especialmente cuando la investigación suele enseñarse como una labor aburrida, repetitiva o en el peor de los casos, como un requisito burocrático. En realidad, la investigación permitiría construir redes de investigación más sólidas y requeriría la apertura de espacios académicos donde los estudiantes pudieran desarrollar estas ideas. Me incluyo en esta inquietud.

Un curso breve e introductorio a este tema es quizá poco para el escenario complicado y a veces contradictorio de la labor investigativa en nuestro país, pero para mí ha representado un esfuerzo por construir y colaborar con otros colegas. Establecer esas redes va más allá de simplemente leer, exponer y concluir un curso. Nos falta construir un corpus más sistemático del trabajo que realizamos por estas latitudes y de generar más conexiones con otras universidades fuera de las instituciones grandes y centralizadas.

Aun no sé cuándo abramos la convocatoria para el siguiente curso, el campo sigue cambiando y las vértices temáticas siguen abriéndose… eso siempre es estimulante, pero supone mantenernos atentos a estos cambios en la literatura internacional y ver sus adaptaciones a las condiciones en las que nos encontramos.

El 7 de abril comenzará un curso sobre etnogragía digital en Qualia. Más info aquí…

A finales del año pasado estuve trabajando en armar un pequeño curso introductorio a la etnografía digital, es un tema vasto y posee muchísimas aristas para tratar y pensar. Con el paso de los años he ido recopilando algunos textos que considero básicos para entrar en esta discusión.

Terminé así la propuesta de un curso exprés de un mes, la idea es hacer un recorrido general sobre el estudio de Internet desde las Ciencias Sociales, especialmente ahora que seguimos en esta crisis sanitaria.

He asistido a distintos cursos, talleres y seminarios sobre este tema, hay una cosa que siempre sentí que me faltó: una introducción general que me permitiera entender de dónde surgió esta propuesta metodológica, dónde está y hacia dónde se dirige. He intentado que este curso abarque -lo más sintéticamente- estos momentos.

Por otra parte, no dudo que las sesiones serán enriquecidas con las reflexiones, dudas e intervenciones de los participantes. Buena parte del desarrollo del estudio cualitativo de Internet se ha alimentado de estos intercambios, el curso también busca estimular esa creación de redes.

Para más información, pueden consultar la siguiente página:

https://proyectoqualia.wordpress.com/cursos/etnografia-digital/

Hay cupo limitado, así que les recomiendo que se inscriban a la brevedad.

Nos vemos en esta presentación.

El próximo 24 de febrero estaré compartiendo algunas ideas sobre mi trabajo de campo con videojugadores, la idea es hablar un poco sobre el proceso que he estado llevando a cabo durante este proyecto de investigación y pensar en otras formas de construir el campo. Estoy seguro que las perspectivas de los colegas del posgrado de psicología social de la UAM Iztapalapa serán de gran ayuda.

¡Nos vemos por allá!

¿Deportes olímpicos electrónicos?

En 2016 encontré una nota sobre la posible inclusión de los deportes electrónicos a las olimpiadas, este es un tema importante no solo para la comunidad, que lleva a cabo diversos torneos y competencias, sino también para la industria que invierte fuertemente en el desarrollo/mantenimiento de los juegos y la producción de los eventos. A mediados de este mes se confirmó que los videojuegos aparecerán como un evento de los juegos asiáticos de 2022, lo que significa que los competidores recibirán medallas por sus victorias y representa una antesala para su entrada a los juegos olímpicos.

Sabemos bien que ya existen torneos reglamentados y una gran cantidad de empresas que invierten dinero en estas competencias, pero la participación del comité olímpico parece que lograría dar legitimidad a una actividad que suele percibirse como infantil, aniñada o puramente mercantil; valores que contradicen francamente el imaginario del deporte tradicional -donde hay una especie de aura heroica y mítica-. Valdría preguntarnos si esta decisión está movida por la gran cantidad de dinero que mueve esta industria porque ¿quién no querría participar en un negocio que deja miles de millones de dólares y con un crecimiento que -al menos hasta ahora- parece constante?

Paralelamente esto debería tener un efecto en la reglamentación internacional y local de los deportes electrónicos, probablemente en la organización de las instituciones que regulan el deporte en cada país, a fin de que todas las naciones puedan participar en competencias de este juego. Tal vez tengamos que voltear a revisar las formas en que la CONADE podría participar en este proceso y de qué forma unirían fuerzas el Estado con todo este aparato mercadológico que se ha venido articulando con la creciente popularidad de los videojuegos como una disciplina deportiva.

Por supuesto tendremos que pensar en el proceso de preparación de los jugadores, por un lado la estandarización de un entrenamiento de alto rendimiento, la preparación de un equipo de profesionales que acompañe a los deportistas (fisioterapeutas, psicólogos, nutriólogos, etc.). Pero también creo que se hará necesario regular el estatus laboral en el que se encontrarán los jugadores –cosa que ya he pensado en otra ocasión-. ¿Qué tipo de incentivos deberán recibir los equipos para aspirar a una competencia olímpica y de alto rendimiento? ¿qué requisitos deberían cubrir su equipo de staff y de jugadores? ¿cuál debe ser la forma de llevar a cabo el proceso de preparación y entrenamiento?

Estas siguen siendo preguntas inciertas, si bien tenemos equipos que preparan a una gran cantidad de jugadores, lo cierto es que no hay -al menos hasta ahora- un acuerdo estandarizado sobre cómo debería ocurrir eso, ¿es necesario que haya una gaming house? ¿podría entrenarse de forma remota? ¿todos los jugadores deberían vivir en la misma ciudad? Algunas de estas prácticas están movidas por la influencia de naciones líderes dentro de las competencias de esports, pero también es verdad que buena parte de estas decisiones depende enteramente de la cantidad de dinero con la que cuente un equipo. En cualquiera de los casos, no parece haber todavía una convención sobre qué debería ocurrir o no en la preparación de un jugador, quizá los mismos protocolos institucionales nos den algunas pistas.

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